Retablo mayor de la Catedral-Basílica
de Santa María del Prado
Ciudad Real
El retablo fue mandado construir en 1610 por disposición testamentaria de Juan de Villaseca, ciudadrealeño acaudalado residente en México y secretario del Virrey, quien destinó 10.000 ducados para sufragar la obra. Fue proyectado por Andrés de la Concha y tallado y ensamblado por el escultor de origen flamenco Giraldo de Merlo. Los responsables de la pintura y estofado fueron Juan de Hasten y los hermanos Cristóbal y Pedro Ruiz Elvira. Toda la obra de desarrolló entre los años 1612 y 1616. Aunque encuadrado cronológicamente dentro del barroco, su aspecto corresponde al renacimiento.
El espacio, articulado en un banco o predela sobre el que se levantan tres cuerpos superpuestos, tres calles, cuatro entrecalles y el ático, desarrolla un programa iconográfico dedicado a la Virgen María. En la predela, se recogen las escenas de la Pasión de Jesús; en el primer cuerpo, sostenido por columnas dóricas, se contienen los relieves de la Anunciación y Visitación que flanqueaban un tabernáculo manifestador desmantelado en 1906; en el segundo cuerpo, entre columnas jónicas, se ubican los relieves de la Adoración de los Pastores y de los Reyes Magos. Ocupando el centro de este piso, se encuentra el trono de la Virgen del Prado. En el tercer cuerpo, se ubican los relieves de la Circuncisión, la Coronación de la Virgen en el cielo, y la Imposición de la Casulla a San Ildefonso, aludiendo a la pertenencia de este templo a la Sede Metropolitana de Toledo hasta el siglo XIX. El remate del retablo está dominado por un Calvario, y las virtudes cardinales rodeando a San Miguel Arcángel y al ángel protector de la ciudad. En la cúspide, está la imagen de Dios Padre circundado por las Virtudes Teologales.
En 1936 se destruyeron una serie de esculturas correspondientes al apostolado de los dos primeros cuerpos junto con la imagen titular de la Virgen del Prado y las esculturas situadas en el ático, principalmente el Calvario.
En la presente fotografía del último tercio del siglo XIX, aparece el retablo y el presbiterio en su aspecto original, anterior a la reforma llevada a cabo en el año 1906. A pesar de la mala calidad de la fotografía, se adivina un detalle que ya en su día dejó consignado Rafael Ramírez de Arellano: las tracerías flamígeras del ventanal de la izquierda que queda casi oculto tras el retablo. Valdría la pena comprobar en un futuro si aún permanecen ocultas tras el enfoscado para una posible recuperación.
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(Fotografía: colección Fray Antonio Trujillo OFM Cap)