Altar mayor de la iglesia de los Capuchinos
Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real)
La primera fundación que realizaron los Capuchinos castellanos en tierras de la Mancha fue el convento del Corpus Christi de Villarrubia de los Ojos en el año 1638, por mediación de los Duques de Híjar. Comenzó a edificarse en 1644, concluyéndose a finales del mismo siglo. Durante la guerra de la independencia, los religiosos fueron temporalmente expulsados y finalmente, con las leyes de desamortización de Mendizábal, fue suprimida la comunidad y subastados el convento y sus huertos. La iglesia subsistió hasta 1936, siendo prácticamente reducida a escombros durante la guerra civil. En la década de 1950 fue reconstruida, cambiando su título por el de San Isidro Labrador.
Siguiendo la pauta generalizada en las iglesias de la Orden Capuchina, se dispuso un gran lienzo a modo de retablo para presidir el altar mayor. El de Villarrubia fue pintado hacia 1638 por el madrileño Francisco de Solís (1620-1684) desarrollando un tema eucarístico.
Sobre esta pintura y su autor, escribió Don Antonio Palomino de Castro y Velasco (1653-1726) en su obra “El museo pictórico y escala óptica” (Tomo III) lo siguiente: “Siendo de edad de diez y ocho años, hizo vn Quadro para el Convento de Capuchinos de Villarrubia de los Ojos; y antes de llevársele, le pusieron en la Iglesia de los Capuchinos de la Paciencia de esta Corte, en función, que concurrían sus Magestades; y habiéndolo visto el Señor Felipe Quarto, e informado de las circunstancias del Autor, mandó su Magestad, que lo firmasse, y pusiesse la edad, y así lo executó”.
En las contestaciones al interrogatorio del Cardenal Lorenzana es calificada como “obra de las más cabales en su clase”.
Las presentes fotografías, obtenidas por el Beato Fr. Andrés de Palazuelo (Capuchino) en el año 1924, son con toda probabilidad el único testimonio gráfico conservado sobre esta obra pictórica. Según lo que en ellas se puede adivinar, en la parte superior se representó a Cristo glorioso rodeado de los bienaventurados y en la inferior, el Santísimo Sacramento en una custodia, adorado por distintos personajes. Podemos apreciar también el aspecto que ofrecía por aquellas fechas el altar mayor de la iglesia conventual. A pesar de los cambios que cabría esperar se produjesen durante los noventa años transcurridos desde la supresión de la comunidad, aún resplandecía la impronta austera pero devota de las iglesias capuchinas.
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(Fotografías: archivo provincial OFM Cap de España)